La paz del corazón
«¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre.» (Sal 116, 12-13).
El canto de los primeros pájaros le anunciaba el inicio del oficio. Era una singular concordancia. Las aves desplazaban su propio horario conforme cambiaban las estaciones y se sentía regulado por la Providencia.
Repetía las oraciones de manera lenta, muy tranquila, nada lo apuraba. Paladeaba las invocaciones con sentida reverencia, procedía con sencilla unción. Se sentía parte de un clamor universal. Por momentos inundado de silencio, adhería quedo a la alabanza del entorno. Era entonces cuando más leve se sentía.
La caminata iniciaba junto al sol tocando la copa de los árboles más altos. Le resultaba sublime la alborada, celebración gozosa de la vida múltiple, teofanía de las especies. Las cuentas discurrían entre los dedos curtidos y el ritmo del corazón se insinuaba en los pasos acostumbrados ya a la oración.
La mirada se estiraba hacia el frente como si bebiera el horizonte, mientras los labios musitaban el Nombre aquél que daba significado a todas las cosas. La paz largamente aposentada, le resplandecía en el ánimo; un fuego extraño de a ratos lo inflamaba y le parecía llevar en los brazos una multitud de dolores desconocidos y sin embargo muy queridos. Misteriosa es la presencia invocada por el Santo Nombre de Jesús, que nos purifica, renueva y orienta…
¡Qué bueno sería Señor, si pudiéramos hacer de nuestros días una alabanza con acción de gracias, que nuestros movimientos fueran parte de una perpetua Eucaristía..!
Homilía sobre la Eucaristía, en 1979 de San Juan Pablo II
Un latido del corazón de Cristo
Qué manera tan bella de expresar algo tan íntimo que al que lo lee también le parece que estuvo ahí. Gracias mil por compartir.