La paz del corazón
Tener un momento fuerte al día de inmersión en la presencia es importante. Claro está que todos los momentos son oportunidad de atenta consciencia para oficiar la liturgia del momento. Pero es a partir de un punto fijo que se va consolidando en mí lo que mantiene encendido el fuego interior.
Aunque parezca poco y demasiado humilde, es aquel pequeño compromiso diario el que se transforma en piedra angular sobre la que luego se asentará la fortaleza espiritual. Y ese espíritu establecido en una dirección única, no se apoya en la voluntad, sino en la apertura a la gracia; es más bien un dejarse modelar por el divino soplo para que nos haga según la imagen original con la que fuimos concebidos.
No es ni más ni menos que conectar con la vocación primera, con esa impronta singular que nos da forma y a la que necesitamos dar expresión. No importa el tiempo transcurrido o el que se considera perdido, ni la edad, ni la situación; el realineamiento se da en el instante de la caída en cuenta. Ahí se aclara el sentido y la fuerza te inunda, en cierto modo es la salud profunda que se restaura. Vale decir, el espíritu se pone al mando de la mente y del cuerpo.
De este modo encajan las piezas, lo fragmentado se reúne y se aclaran las cosas que antes se intuían oscuramente. Será la Lectio o la oración silente, la caminata orante o la lectura espiritual, el voluntariado, la sentada o el canto en tu comunidad cercana… será en esta o en aquella actividad, pero ese momento fuerte es necesario y nos mantiene alimentados. ¿Cuál es el tuyo?
Compartires contemplativos VII
Que sencillez profunda!!!
Anima, guia, encamina a retomar el sendero que nos lleva al camino.
Gracias Mario