Obstáculos a la contemplación

“No podrás contemplar con pureza si te atas a
las cosas materiales y estás agitado por continuas
preocupaciones; porque la contemplación es supresión
de los pensamientos” (Evagrio, Sobre la Oración, 71)

Evagrio denomina «bella travesía» (kale apodemia) al camino que conduce a la contemplación a través de la apatheia perfecta. También la califica como una inmigración gnóstica hacia un lugar o estado que, en otra obra, también define, recurriendo a un concepto platónico, como «región de los seres incorpóreos» ¿Cómo se accede a ese sutil estado? Mediante la purificación a través de la meditación (oración pura). La meditación es el medio más adecuado para facilitar el encuentro con la parte más oscura de nuestro ser y propiciar la auto-observación, el reconocimiento de nuestros defectos y el deseo de desprendernos de ellos.

En este examen de conciencia que tiene por finalidad ablandar el ego, no hay que confundir el arrepentimiento (que nace de la sincera humildad) con el sentimiento de culpabilidad que procede del orgullo. Para Evagrio, la contemplación sin objeto o, como el la llama, la «oración pura», es la vía más eficaz del místico o del buscador espiritual porque con ella puede alcanzarse la visión contemplativa; “dulce es la miel, pero la visión de Dios es lo más dulce de todo” (KG 3,64). Pero bien entendido que la cima de la perfección no es el éxtasis místico. Este es un acontecimiento por el que verificamos la verdadera naturaleza del alma y comprendemos la futilidad de todo aquello que impide al intelecto ser él mismo.

En el tratado De oratione y en Skemmata explica la naturaleza y pasos para llegar a ver la “Luz” o la faz de Dios. Ante todo, es preciso ser «gnóstico», es decir, haber adquirido la ciencia espiritual. En Skemmata 2 escribe: «si alguien quiere ver el intelecto, despójese de todo concepto y se verá a sí mismo, semejante al
zafiro o al color del cielo». Para describir esta visión del intelecto por el mismo intelecto, recurre a un pasaje del Éxodo (24, 9-11) en el que los Setenta sustituyeron el nombre «Dios» por la expresión «lugar de Dios». El intelecto es «el lugar de Dios» y, cuando en momentos fugaces, se ve a sí mismo, se ve luminoso; «el intelecto se ve a sí mismo, pero también ve, en cierto modo, a Dios, porque se ve iluminado por la luz que es Dios». …

Extraído de «Métodos de meditación no dual»

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