La paz del corazón
Textos para meditar en la soledad y el silencio
«Cuando el Espíritu establece su morada en un hombre, ya no puede dejar de orar, pues el Espíritu no cesa de orar en él. Duerma o esté en vela, la oración nunca se separa de su alma. Coma o beba, esté acostado, trabaje o se mantenga en un sueño profundo, su alma exhala constantemente el perfume de la oración. En adelante ese hombre ya no tendrá que dedicarse a orar en momentos determinados, porque orará en todo tiempo.
La oración no consiste solo en recitar palabras sino en mociones que surgen a propósito del Ser, a partir de las profundidades del entendimiento… dichoso el que sabe mantenerse largo tiempo y con paciencia delante de la puerta del Señor, no será confundido… no alces el pie para caminar sin haber orado antes, particularmente si el camino es oscuro.
Tienes que pedir incesantemente en la oración sin importarte cuando supliques la ocupación que tengas. Déjate mover por un doloroso impulso, ora ardientemente y recalienta tu corazón en la oración con estas mociones y otras parecidas, hasta que el amor de Dios se encienda y que su cálida pasión se inflame en tu corazón.
Así, en medio de cualquier ocupación la mente se retrae en sí misma y, desbordada por la dulzura, olvida poco a poco la divagación; se encuentra sumergida en las intuiciones y liberada de imágenes. Un hombre así se vuelve apasionado en su oración y una pasión mezclada de fe es derramada en su pensamiento, su corazón se alegra en Dios, danza de gozo y exulta en el amor, se colma de esperanza y se despierta de su sueño…»
Fragmentos de Isaac de Nínive citados en Filocalía, (Centurias sobre el conocimiento) pág. 482 y subsiguientes en el tomo V de la edición de Monte Casino.