La paz del corazón
Si quisiéramos entender el ayuno, la oración y la limosna como pilares de una vida cristiana integral, es decir, como fundamentos de una regla de vida simple y unificadora, podríamos entender que ayunamos siempre que practiquemos la moderación en todo. Al comer, al descansar, al hablar, al actuar. La moderación no es tibieza, por el contrario implica una fuerte decisión de orientar la propia conducta desde el espíritu.
La moderación implica atenta vigilancia, se necesitan mutuamente. Por eso, estar atentos a lo que consumimos por vía de los sentidos es también importante. ¿A qué influencias me expongo cuando leo, cuando miro, cuando me relaciono? Aquello con lo que alimentemos la mente es tanto o más importante que el alimento corporal. Los contenidos mentales también han de ser digeridos y asimilados.
La oración y la meditación se facilitan mucho cuando aplicamos la moderación en la vida cotidiana. Una vida sosegada se abre fácil a la percepción de la presencia, uno encuentra que el silencio está siempre a la mano. La oración frecuente le da forma a nuestra acción, advertimos que ciertos modos de actuar son lo mismo que orar. Por eso, una limosna íntegra implica una forma de relacionarse con los demás, apoyados en la regla de oro: «Traten a los demás como quieren que los demás los traten…» (continúa)
Práctica sugerida:
Podríamos revisar nuestra vida en el momento actual a la luz de estos tres factores, apoyados en los siguientes textos bíblicos: San Lucas 4, 4 / 1º Tesalonicenses 5, 16 – 18 / Mateo 7, 12 /
2º domingo de Cuaresma en el blog del padre José