La paz del corazón
«Si bien se aconseja la práctica de la meditación o de la contemplación durante ciertos momentos del día, el resto del tiempo puede ser empleado en evitar que la mente vague errática presa de sus ensoñaciones. Algunos maestros espirituales recomiendan ocupar la mente en la recitación lo más constante posible de una frase para propiciar el recogimiento continuo. Desde los primeros siglos del cristianismo han existido diversas fórmulas breves de oración para facilitar la recordación continua. Casiano recomendaba: “Oh Dios, ven en mi ayuda, Señor apúrate en socorrerme”. La más antigua y común es Señor, ten piedad de mí, o también: «Oh Dios, ¡ten compasión de mí, que soy pecador!«…
Con ello la mente va perdiendo paulatinamente el hábito de apropiarse de los pensamientos. Así, al alejarse de los pensamientos, también se irá perdiendo progresivamente el interés por los objetos pensados. Ese es el camino del desapego. En suma, debemos “buscar la morada y golpear a la puerta, con perseverancia, mediante la oración» [Mt 7, 7]” (Filocalia, Marcos el asceta)… Cualquier momento del día o de la noche es apto para la meditación, incluidos los momentos aparentemente más triviales; “Adonde quieras que te hallares que no tienes qué hacer, recógete con Dios, aun estando haciendo tus necesidades, has de procurar estar recogido”.
La verdadera paz interior consiste en tener el corazón “siempre fijo y firme en el amor de Dios por un continuo y nunca interrumpido deseo, de manera que ninguna otra cosa apetezca”. De esta manera, llegará un momento en que el otrora hábito de “estar en presencia de Dios” se tornará tan natural y espontáneo que acabará dando paso a una forma sutil, constante y superior de existencia en la que el ego es desactivado y transcendido para dar paso a un estado de autoconsciencia lúcida y serena.
La oración continua, también llamada recordación de Dios, no es un exceso, sino un mandamiento del Señor: Hay que rezar siempre sin cansarse, rezad incesantemente. “Por encima de los mandamientos está aquel que los abarca todos: el recuerdo de Dios. Acuérdate del Señor tu Dios en todo momento [Deuteronomio 8,18]. En relación con éste se quebrantan los demás mandamientos, y en virtud de él se observan…»
Extraído del capítulo «La ciencia y arte de la meditación en el cristianismo» (Págs.. 328/9) en «Historia de los métodos de meditación no dual» de Javier Alvarado Planas
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