La paz del corazón
El sufrimiento nos indica el desacuerdo entre cuerpo, alma y espíritu. No hablamos del dolor físico, sino de ese malestar mental que adopta numerosas formas, pero que englobamos bajo el término sufrimiento o infelicidad. Cuando vivimos según la ley del espíritu, (Juan 6, 63) nos sentimos en palabras de Nicetas, «como un general con plenos poderes entre los pensamientos».(*) Es decir, podemos desechar pensamientos que son inadecuados a la situación que toca y respaldarnos en aquellos que son necesarios o funcionales. (**)
Pero, antes que nada, hace falta que tomemos a la ansiedad, al temor, la preocupación, la angustia o la ira etc. como el llamado de la gracia a la conversión. Sin un cambio de óptica profundo volvemos rápidamente a lo mismo. Es decir, a tomar el sufrimiento como derivado de lo que ocurre fuera y no como el resultado de nuestra actitud ante los sucesos. Por eso es importante recordar que Dios nos habla a través de los acontecimientos. Aprender ese lenguaje necesita que tomemos las cosas de ese modo, estar dispuestos a escuchar el mensaje.
En vez de complicarnos con discusiones en torno a esto, es mejor probar en uno mismo. Veamos un ejemplo: en una comunidad monástica en la que viví un tiempo, cada uno tenía sus enseres separados en una alacena. Allí estaba la taza, los cubiertos, la servilleta y hasta el frasquito de miel que cada uno usaba. Un día veo que mi frasco de miel tenía mucho menos cantidad de la debida. Es decir, alguien había usado de lo mío. La reacción me llevó hacia la ira de inmediato. ¿Cómo era posible¡ ¡Y en un monasterio? ¡Esto es una violación! decía mi mente. Ahora… si en lugar de «irme hacia afuera», buscando culpables o alimentando la sensación de injusticia, yo atendía a esto como un llamado de la gracia… (1 Pe 5, 10)
Hubiera descubierto el mensaje que decía: «te has apegado a un objeto»; «ya te has hecho esclavo de un frasquito de dulce»; «allí donde está tu tesoro, estará también tu corazón». (Mateo 6, 21) «¿Crees que te dejaré sin lo necesario para tu vida?» (Sal 121, 7- 8) Había puesto mi confianza en algo que no era Dios, sino en mis pequeñas cosas y costumbres. Finalmente, al ver esto, la ira cede y podemos agradecer lo ocurrido. De no haber surgido la ira no podríamos haber visto tan claramente lo que estaba ocurriendo, esa autocomplacencia que nos toma a veces y nos ubica sutilmente como el centro del universo.
Por eso insistimos, antes de ir corriendo hacia el exterior para remediar nuestros presuntos males, hagamos un alto y tomándonos un momento, miremos si podemos atender a la emoción desagradable como un aviso que nos da la gracia desde el corazón. (Heb. 4, 16) Un llamado a la conversión. Por supuesto que adoptar esta actitud no implica la negligencia, ni el abandono de los deberes y responsabilidades. Al contrario, cuando nos hacemos conscientes de esta errónea disposición a la que nos acostumbramos durante tantos años, nos volvemos más eficaces. Hacemos lo debido sin el peso de una mente opresiva que todo el tiempo masculla amargura ante lo que no se acomoda a sus deseos.
Práctica sugerida:
1. Durante todo el tiempo que puedas, en el día de hoy, permanece atento a tu modo de estar. Y cuando aparezca cualquier emoción negativa, intenta escucharla como el llamado de la gracia a re-alinearte, a poner el espíritu al mando de mente y cuerpo. Y pregúntate con calma… ¿y si el problema estuviera en mi actitud?, ¿y si doy yo lo que estoy reclamando, qué pasaría? ¿Cuál es la conducta errónea que estoy poniendo en esta situación? Y con humildad escucha el mensaje que llega hasta ti desde lo profundo. (***)
2. Si las preguntas nos han dado algo de claridad, sentiremos humildad ante lo comprendido. Agradezcamos entonces y pidamos la fuerza para llevar al comportamiento concreto la modificación necesaria en alguno de los ámbitos de nuestra vida.
(*) Cap. 26 de la primera centuria de Nicetas Stethatos.
(**) Pensamiento y sentimiento son dos manifestaciones diferentes de un mismo fenómeno: la respuesta/reacción a lo que ocurre. No se dan separadamente. La conducta es el reflejo tangible de esta respuesta interior.
(***) En la parte final del audio comentamos la fuerte resistencia que suele ocasionar la práctica sugerida, sobre todo en el primer punto.
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amén